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Prólogo al trabajo ganador del Premio Nacional de Ensayo sobre la Huasteca, de Ricardo Rincón Huarota
PRÓLOGO
Rafael Tena, Investigador Emérito del INAH
Mientras preparaba su tesis profesional en Arqueología, con el título de “Tlazoltéotl-Ixcuina: Un caso de sincretismo en la religión mexica”, Ricardo Rincón Huarota se acercó para consultarme sobre cuál sería en náhuatl el significado del nombre Ixcuina. Yo le respondí que, atendiendo al análisis lingüístico y al contexto cultural, el nombre Ixcuina podría provenir de la raíz nominal ix, que significa “rostro”, y de la raíz verbal cui, que significa “tomar”. La forma participial ixcuini y su plural ixcuinime podrían significar “la o las que toman [varios] rostros”. Añadí que este significado concordaba de algún modo con el señalamiento de fray Bernardino de Sahagún, quien afirma que las Ixcuiname eran cuatro diosas hermanas, llamadas respectivamente Tiacapan (o Teyacapan, “La que va adelante, la primogénita o la mayor”), Teicu (o Téyuc, “La hermana menor o la que sigue”), Tlaco (o Tlacoehua, “La nacida enmedio”), y Xoco (o Xocóyotl, “La más pequeña”). El cambio de ixcuinime a ixcuiname se habría dado por razones eufónicas. Ricardo, a su vez, me comentó que, según algunos investigadores, Ixcuina parecía un nombre nahuatlizado, huaxteco en su origen, con el significado de “Señora del algodón”, pero que él estaba proponiendo que el nombre huaxteco original podría significar “Flechadora”. Posteriormente, examinando el texto de los Anales de Cuauhtitlan, hallé que los nombres que allí se dan a esta diosa o diosas son los de Ixcuinan e Ixcuinanme, por lo que quizá habría que reconocer en el nombre Ixcuinan también la raíz nominal nan, que significa “madre”, para que el sentido final del nombre fuera “La [diosa] madre que toma [varios] rostros” (o “Las diosas, etcétera”).
El presente trabajo, complejo por su contenido pero sencillo en su exposición, nos brinda valiosa información y nos propone sugestivas hipótesis
A partir de esa discusión filológica sobre los nombres de la diosa surgió una amplia exposición acerca de la región huaxteca, que incluía un estudio de su población, religión y cultura. Sin embargo, cabe apuntar que la tesis profesional de Rincón no representó un punto de llegada sino más bien un punto de partida, porque el autor ha retomado sus reflexiones sobre la Huaxteca, y nos entrega ahora un nuevo trabajo en torno a los mismos temas, con el título de “Presencia de Tlazoltéotl-Ixcuina en la Huaxteca prehispánica”, el cual ha recibido un merecido reconocimiento. Aquí ha incorporado el análisis formal de varias esculturas huaxtecas que presumiblemente son imágenes de la diosa Tlazoltéotl, llegando esta vez a la conclusión de que la diosa tetramorfa representa a la Luna y las cuatro fases con que se nos muestra en el firmamento nocturno. Esta propuesta también está en consonancia con lo que podemos vislumbrar acerca del nombre de la región. En efecto, su nombre actual en español es Huasteca, con la variante arcaica Huaxteca, que Francisco Javier Clavijero utilizó consistentemente; pero en el náhuatl del siglo XVI era Cuextlan, de donde derivan los gentilicios cuextécatl en singular y cuexteca en plural. No conocemos un sustantivo cuextli, ni su eventual significado, del cual pudiera derivar el topónimo Cuextlan. Pero sí existe el sustantivo cuechtli, que, según fray Alonso de Molina, significa “cierto caracol largo”, a partir del cual podría formarse el topónimo Cuechtlan, muy parecido a Cuextlan y nombre por demás apropiado para una región cercana a las costas del Golfo de México.
A este respecto, conviene añadir que en el mito de la creación del Quinto Sol Sahagún refiere que Nanahuatzin, “El Buboso”, era el nombre del dios pobre y enfermo que se convirtió en el Sol, mientras que el dios arrogante que finalmente se convirtió en la Luna se llamaba Tecuciztécatl o Tecciztécatl, gentilicio de Tecciztlan, topónimo derivado de tecciztli, que significa, nuevamente según fray Alonso de Molina, “otro caracol grande”. Así pues, Tecciztécatl, o sea la Luna, sería el “Habitante del lugar de los caracoles”; por lo que los topónimos Cuechtlan y Tecciztlan vendrían a ser sinónimos, con el significado genérico de “Lugar de los caracoles”, para referirse ambos a una misma región: la Huaxteca. Esta asociación entre los significados de Cuechtlan y Tecciztlan podría fundarse en el hecho de que los pobladores del Altiplano central veían o imaginaban cómo periódicamente, desde la región habitada por los huaxtecos y totonacos, habitantes éstos de la Tierra Caliente, es decir, desde el horizonte del mar oriental, emergía la Luna llena, rotunda y luminosa. A partir de la grafía utilizada por Clavijero que arriba señalamos, Rémi Siméon propuso que los topónimos Huaxtlan o Huaxtecapan podrían significar “Lugar de guajes”, haciéndolos derivar de huaxin; lo cual resultaría muy convincente, si no fuera porque las fuentes registran invariablemente las formas Cuextlan, cuextécatl, etcétera.
La discusión inicial sobre el nombre de una diosa ha sido el germen de un múltiple estudio, a la vez arqueológico, etnohistórico, lingüístico y estético de la Huaxteca. Con él su autor intenta, según las palabras que toma en préstamo del antropólogo Edmund Leach, que sus conclusiones “lleguen a convertirse en lo único a que podemos aspirar los arqueólogos, es decir, en conjeturas bien fundamentadas”. El presente trabajo, complejo por su contenido pero sencillo en su exposición, nos brinda valiosa información, nos propone sugestivas hipótesis y nos invita a penetrar, juntamente con su autor, en la enigmática selva cultural de la Huaxteca.
La tesis profesional de Rincón no representó un punto de llegada sino más bien un punto de partida, porque nos entrega ahora un nuevo trabajo el cual ha recibido un merecido reconocimiento